sábado, 5 de febrero de 2011

LAS SORPRESAS DE DIOS.

Eran aproximadamente las 11:30 de la noche. Algunos amigos me habían invitado a jugar futbol. La hora era inusual, 10:00 PM, pero encajaba perfectamente con una agitada agenda de aquel día entre semana. Una reunión que concluía a las 9:00 me daba el tiempo suficiente para ir a casa, cambiarme y responder a esta convocación deportiva. Cuando estaba listo para salir tomé la decisión de cambiar de medio de transporte. Todo el día me había movilizado en el carro, y entonces me pareció una genial idea salir en la motocicleta. Esta casi nueva (aunque ya suma varios años de comprada) era perfecta para transportar a alguien en pantaloneta en una hora en que el tráfico ha dejado de ser tan amenazante. La uso muy poco, y creo que ante de esa noche llevaba más de 20 días sin usarla. Sin embargo encendió al primer intento y en solo unos minutos me llevó al otro extremo de la ciudad, un colegio situado al sur, ese era el escenario del juego. Disfruté la jornada, hice parte del equipo ganador y después de despedirme y agradecer la invitación, salí rápidamente de regreso a casa.

La sensación era única, mi cuerpo sudado, era refrescado por el aire que golpeaba sobre él, mientras la motocicleta avanzaba. El 70 por ciento de la distancia de regreso ya la había recorrido cuando de repente, al pasar un puente (un viaducto), y justo antes de una pronunciada cuesta de unos 400 metros, el vehículo se apagó. La intenté encender sin éxito. Subí unos metros para dejarla correr y “prenderla rodada”, pero no respondió. Revisé el combustible y todavía había en el tanque, sin embargo la moto se negó a colocar el motor en marcha. Me tranquilicé porque seguramente algunos de mis compañeros de juego circularían por esa vía y podrían ayudarme con el percance o por lo menos empujarme hasta el final de la cuesta. Esa podría ser una forma en que Dios podría darme la mano ya que la moto definitivamente parecía no estar dispuesta a colaborar.

Nadie pasó, y si lo hicieron no me vieron ni yo a ellos. Entonces tomé una decisión, empujar la moto hasta el final de la cuesta, sin importa el tiempo que me tomara. Una vez ahí era más fácil hacerla rodar hasta la casa. Si mis compañeros de juego no me habían visto, la posibilidad que alguien se detuviera a esa hora de la noche en una autopista de la ciudad era prácticamente nula. Comencé a subir. Esa moto pesaba toneladas, el sudor corría copiosamente, me detuve para descansar, miré hacia atrás y solo había avanzado unos 20 metros. Mi teléfono móvil había quedado en casa y me mentalicé para una jornada larga y de bastante esfuerzo.

De pronto sucedió lo inesperado. Una motocicleta se detuvo a mi lado y me ofreció ayuda. Antes de repararlo pensé: Alguien me reconoció, o quizás algún jugador se quedó hasta tarde conversando y hasta ahora se dirigía a su casa, pero esta persona era completamente desconocida. Con su pie derecho apoyado sobre uno de los estribo de mi moto, pretendía empujarla, estando yo encima de ella. He visto a varias personas hacer esto, pero nunca en una cuesta tan pronunciada. Lo intentamos varias veces. Su moto era un poco más pequeña que la mía y si a esto le sumamos el grado de inclinación de la vía y la inexperiencia de ambos en estas lides, la conclusión fue frustrante. Me sentía apenado con él. Seguramente estaba retrasando su hora de descanso y habíamos avanzado solo uno 10 metros más.

Yo le agradecía de todo corazón su intención, le expresé que valoraba mucho su esfuerzo desinteresado, pero que no tenía sentido. El debía seguir su camino y yo volvería a reanudar mi esforzada travesía. Sin embargo él dijo: Intentémoslo una vez más. Cómo decirle que no, si él solo quería ayudare, pero en el fondo de mi corazón, estaba seguro que no iba a funcionar. Lo habíamos intentado tantas veces, que el resultado no podría ser diferente. Pero esta vez lo fue. Su pie se posó firme en el estribo, yo pude levantar mis dos pies y lentamente, con el temblor natural de la baja velocidad, las dos motocicletas comenzaron a avanzar. Era emociónate ver como la resistencia de la inclinación era vencida a pesar de lo lento de la marcha. Coronamos la cuesta y él me preguntó a dónde iba. Le mencioné mi residencia y él me dijo que vivía en se mismo sector unas cuadras antes de mi casa. Seguidamente me dijo que podía empujarme hasta allá.

Avanzamos más rápidamente cruzando solo algunas palabras en las luces en rojo y luego observé que pasábamos frente al lugar donde dijo que vivía, sin embargo no se detuvo. Me llevó hasta la portería del conjunto donde vivo, apartó su pie del estribo y levantó su mano para despedirse y giró en “U”. Apenas si puede gritarle: “Muchas Gracias”. Una vez ubiqué la motocicleta en el parqueo, entonces me percaté de lo que acababa de suceder. Dios lo había hecho otra vez. Solo que de la forma más inesperada. Yo esperaba que sucediera un milagro en el encendido, o quizás la ayuda de alguna persona conocida, pero Dios lo hizo de otra forma. Esa noche sucedieron varias cosas. Pude apreciar la inesperada gracia de Dios, puede entender que los ángeles también andan en motocicleta, y puede llegar a casa antes que mi esposa se quedara dormida y pude apreciar el cuidado amoroso de Dios con uno de sus hijos.
Gracia y paz,
El Pastor Angel