lunes, 20 de julio de 2020


¿PATRIA BOBA, DESIERTO O VARÓN PERFECTO?


Hoy celebramos el día de la independencia nacional en Colombia. Por diversos canales hemos visto cómo se recrea aquel episodio que desencadenó esa revuelta que llevó a proclamar el grito de independencia. Es interesante que el periodo de la historia que se escribió después de la gloriosa jornada del 20 de julio de 1810 es uno de los más vergonzosos. Se le conoce con el nombre de la “Patria Boba” y terminó precisamente con la reconquista española dirigida por Pablo Morillo. Nuestros novatos dirigentes no supieron qué hacer con la libertad que habían conquistado y finalmente volvieron a caer bajo el dominio de opresor.

En las páginas de la Escritura encontramos un evento similar. Israel logra su libertad de Egipto en medio de una apoteósica manifestación del poder de Dios, para luego vivir un periodo de murmuración, peleas internas, intenciones de retroceder y la muerte temprana de toda una generación.

La historia nacional como la bíblica nos ofrece dos perfectos paralelos de lo que a menudo sucede con nosotros. Por medio de la intervención sobre natural de Dios, experimentamos la liberación en Cristo, pero nos cuesta trabajo caminar en la libertad con que Él nos ha hecho libres. Transitamos por la vida exhibiendo un título que acredita nuestra liberación, pero en realidad vivimos bajo una pesada opresión y atados con tantas cadenas, que casi no podemos ni movernos.

La libertad es un evento, pero su verdadera repercusión se aprecia en el proceso. La libertad no puede limitarse a una fecha que se celebra, tiene que convertirse en una verdad que nos gobierna. Los meses que siguieron al suceso del florero de Llorente, y el peregrinar de Israel por el desierto, se constituían en el espacio propicio para afirmar la libertad lograda, pero en ambos casos, lo que la historia registra es un camino de frustración y derrota.

Nosotros celebramos la victoria plena y definitiva de nuestro Señor al darnos libertad de las cadenas del pecado. El gran desafío es hacer de este proceso aquello que magistralmente el apóstol Pablo describió en Efesios 4.13: “…hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo;…”.

Que la libertad que hemos recibido nos lleve a manifestar al Varón Perfecto, a Cristo Jesús, nuestro Señor. No hagamos de nuestro peregrinar en fe, una “patria boba” o un permanente “desierto”. Que el favor de Dios, y ojalá un delicioso café, té acompañen en este día de fiesta. Gracia y paz.

Pastor Angel Encinales.

miércoles, 8 de julio de 2020

DEJA QUE DIOS INVADA TU AGENDA



Lucas 7.11, 12
Aconteció después, que él iba a la ciudad que se llama Naín, e iban con él muchos de sus discípulos, y una gran multitud. 12Cuando llegó cerca de la puerta de la ciudad, he aquí que llevaban a enterrar a un difunto, hijo único de su madre, la cual era viuda; y había con ella mucha gente de la ciudad”.

El relato describe el cruce de dos grupos de “mucha gente”. Dos multitudes que se encuentran a la entrada de una ciudad llamada Naín. Aunque coinciden en este lugar en particular, ambos tienen destinos y propósitos completamente diferentes. Por un lado una gran multitud que está seducida por el mensaje y los milagros de un predicador itinerante, que no se parece en nada a los tantos que le han precedido y por otro lado, mucha gente que acompaña en su dolor a una madre que ha perdido a su único hijo. Podrías decir que esta última es la caravana de la muerte, mientras que la primera es sin duda, la caravana de la vida.


No sabemos exactamente cuál era razón por la cual Jesús se dirigía a Naín, pero conocemos con bastante precisión la agenda de ese segundo grupo, que encabezaba esa triste mujer. No era la primera vez que hacía este recorrido. Lucas nos recuerda que era viuda. En alguna ocasión anterior caminó esa misma ruta para despedir el cuerpo sin vida de su esposo. El itinerario es el mismo en esta ocasión. El destino, una cueva o un sepulcro para dejar ahí ahora a su hijo. Ese recorrido ya ha estado rociado por sus lágrimas, y ella sabe todos los detalles de rigor en estos momentos.

Pero su agenda fue interrumpida por quien encabezaba aquel otro grupo. El Señor irrumpe en la escena para alterar el itinerario del dolor. Ahora se dirige a la atribulada mujer (v.13). “Y cuando el Señor la vio, se compadeció de ella, y le dijo: No llores”. ¿No llores? Esta es una petición que no tiene sentido. Cómo pedirle a una madre que ha perdido a su único hijo que no llore. Pero esa expresión estaba anticipando algo realmente maravilloso. La vida se cruza con la muerte y el duelo es transformado en celebración. Aquella mujer se detiene y deja que su agenda sea alterada por la agenda de Jesús y entonces se da el milagro.

No sé cuál sea la agenda que esté guiando tu vida hoy. Quizás las experiencias de dolor como el de aquella madre. Quizás el agitado esfuerzo del trabajo infructuoso. Quizás el peregrinar por un matrimonio tortuoso o un hogar en crisis. Quizás tu agenda está determinada por un economía en quiebra o un sin número de situaciones sin resolver… ¡Deja que el Señor Jesucristo invada tu agenda! Dale un espacio en el peregrinar que llevas. Permítele interrumpir la celeridad de tus pasos y escúchalo. Deja que la vida de Cristo le dé un nuevo sentido a la caravana de tu vida. Te aseguro que no te arrepentirás.

Un abrazo, tu pastor amigo,
Angel Encinales.

sábado, 20 de junio de 2020

UN HOMENAJE A JUAN GREGORIO ENCINALES, MI PADRE

“Gracias Padre, por permitirme conocerte a través de mi padre”.


Tenía una sonrisa de comercial, pero no la usaba con mucha frecuencia. Mi padre fue un hombre seco, de pocas palabras y en muchos momentos inexpresivo. Irónicamente era un hombre con un gran sentido del humor. Un humor inteligente, un humor que invitaba a la reflexión, a veces hasta al sarcasmo. Parecía tener un dosificador verbal. No despilfarraba palabras, pero cuando hablaba, uno no podía hacer caso omiso a sus declaraciones, porque el tiempo siempre respaldó cada una de sus frases. Si no prestabas atención a alguna cosa que él pronunciaba, más tarde o más temprano, el eco de esa declaración, volvía a ser audible a tu oído.

Siempre me pregunté de dónde había sacado mi padre esa capacidad para ir un paso adelante en cada circunstancia y poderla ver antes de tiempo. De niño esto fue mi tortura. Si me escapaba, él sabía exactamente el lugar por donde iba a regresar, aunque tuviera muchas alternativas. Si tomaba algo sin autorización, él sabía exactamente dónde buscarlo, aunque me esforzaba por llevar mi creatividad al límite al esconderlo. Él podía con una frase anticiparse a lo que te iba a pasar si hacías esto, o aquello; y vaya si tenía razón… siempre.

Mi padre no fue un hombre apegado a lo material. Nunca se concentró en comprar una casa, un apartamento, una finca o un carro; su preocupación siempre estuvo en el hogar. Fue un hombre excesivamente generoso. Una generosidad que en muchos casos, solo el cielo presenció. Nunca hizo alarde de sus acciones. Con el paso de los años, he conocido decenas de historias de personas y familias que él ayudó, pero que nunca supimos. Igual hizo con nosotros, los hijos. En varias ocasiones fuimos objeto de su generosidad y los demás no se enteraron. El tiempo ha venido revelando esas lindas historias de un hombre que expresó desde el anonimato, esta marca característica del carácter de Dios.

Ocupó todos los cargos directivos y honoríficos que la misión para la que trabajó toda su vida, tiene; pero nunca le gustaron los reconocimientos. Y no era una falsa modestia, de verdad fue así. Nunca buscó que lo eligieran, que lo promoviera, que le reconocieran, pero Dios, que conocía su corazón, le plació ubicarlo en lugares como esos, cuando Él quiso. Alguien podía acusarlo de falta de ambición o de visión, pero fue fiel a sus convicciones de vida. Cuando cumplía su periodo se iba, nunca se aferró a poder, ni sacó ventaja de su posición.

Mi padre me dio mucho de lo que él nunca tuvo. El creció en un contexto de pobreza extrema. No tuvo la posibilidad de estudiar, y fue criado exclusivamente por su madre, la abuela Lucila. No disfrutó de la figura paterna durante su formación. Él se preocupó por darnos a mí y a mis hermanos, todo lo que necesitábamos y un poco más. Nos animó y patrocinó nuestros estudios hasta donde quisimos aprovechar y nos acompañó siempre durante nuestro crecimiento y formación. Estuvo ahí para nosotros siempre y aunque no fue un ser humano perfecto (solo uno lo fue), hizo por nosotros sus hijos, lo más importante que un padre puede hacer… todos pudimos conocer a Dios por medio de él y sobre todo en él. Por eso puedo decir si apartarme de la verdad ni un ápice, que mi padre me dio lo que él nunca tuvo, pero sobre todo, me dio lo más valioso que él recibió, la vida de Cristo.

Hace un momento mencioné que mi padre siempre estuvo ahí. Corrijo, siempre ha estado ahí. Cuando pienso en él, puedo entender con claridad ese hermoso texto en Apocalipsis 14.13: “Bienaventurados de aquí en adelante los muertos que mueren en el Señor. Sí, dice el Espíritu, descansarán de sus trabajos, porque sus obras con ellos siguen”. En su caso, no solo sus obras, sino también sus palabras, su consejo, su sabiduría. Sigue descansando papá, porque tu trabajo no se ha detenido ni por un instante.


Mis hijos no disfrutaron el privilegio de conocerlo más de cerca. No podrán hacerlo a través de mí, porque aunque he querido imitarlo en muchas cosas, debo reconocer con cierta frustración que este hombre dejó el listón (la vara) puesto a una altura difícil de alcanzar. Pero mi esfuerzo hoy, es que ellos, mis hijos, puedan reconocer en mí, al Padre que yo puede reconocer en él, el Padre celestial. Gracias Padre, por el padre que me diste. Gracias papá, por siempre estar ahí. Tus consejos y tu ejemplo no los silenció la muerte y hoy suenan con más fuerza. Parece que el tiempo te ha hecho más elocuente. Un beso, hasta siempre “Don Lincy”. Con amor y gratitud eterna, tu hijo Angel.