domingo, 22 de julio de 2012

37 AÑOS NO SON NADA, SANTAFE POR FIN CAMPEÓN


Hace 12 años prediqué en la concregación que pastoreo, un sermón que titulé. “El arte de esperar”. Era una reflexión sobre la experiencia de Zacarías y Elisabet su esposa, y su deseo aplazado por tener un hijo. En la reflexión quería resaltar el valor de una virtud que Dios nos manda a cultivar, máxime cuando la Escritura la presenta como una expresión del fruto de Espíritu. Les estoy hablando de la paciencia. A este par de ancianos, que por años esperaron la repuesta a su oración, Dios se les revela premiando su fidelidad, su paciencia y recalcando que él tiene memoria de nuestras más íntimas peticiones.

Menciono los años que hace que predique este sermón, no haciendo alarde de mi memoria, sino porque nunca olvidaré la ilustración que usé durante la introducción a mi exposición, En esa ocasión decía que había un grupo especial de la población Colombiana que había desarrollado la virtud de esperar; los hichas del Santafe (Equipo de futbol, con sede en Bogotá); grupo del que orgullosamente hago parte.



Mencioné en ese entonces que llevábamos 25 años esperando ser campeones. Hoy 12 años después, 37 por todos, hemos visto el cumplimiento de la ilustración de aquel sermón. El pasado domingo 15 de Julio de 2012, a las 6:00 PM, había una exitación especial en casa. Mi esposa había preparado pasabocas y todos estabamos invadidos por ansiedad. La espera estaba a solo unos minutos de terminar, y mi pecho no podía disimular la emoción. El partido comenzó y la tensión se multiplicó. El primer periodo se consumió y todavía nada estaba definido, la espera se prolongaba 45 minutos más y la paciencia parecía decidida a huir. Los pasabocas eran devorados a prisa y mis dedos índices ya no aguantaban más (tengo el vicio de morder los dedos índices cuando estoy muy ansioso o tensionado).

De pronto, el cobro impecable de una falta, el balón realizó el surco parabólico y entre el ramillete de jugadores que poblaban el área salió Copete y en forma incómoda cabeceó el balón y este, para aumentar el drama, avanzó con suspenso y por fin ingresó a la portería rival. El corazón estaba a punto de explotar y el abrazo solidario de mi esposa y mis hijos disimularon las lágrimas que corrían por mis mejillas. De ahí en adelante el drama fue otro. El tiempo hasta el pitazo final fue eterno; una vez más esperar. El equipo dilapidaba oportunidades de confirmar el triunfo y el temor rondaba amenazante en mi cabeza. Cuando el cronómetro arribó al minuto 47 el arbitro tomó el balón con sus manos y decretó el final del partido. Santafe, mi santefecito lindo era campeón.

Mis manos estrecharon mi rostro con violencia, los brazos de mi esposa y mis hijos se extendieron para felicitarme y de pronto, sin poder controlarlo, irrumpí en llanto, como un niño. Esa mezcla de alegría y satisfacción, contenida por 37 años. Qué emocionante es recibir lo que hemos esperado por mucho tiempo. Desde el nacimiento de mis tres hijos (y la menor tiene 14 años) no vivía una emoción tan grande.

Esta es una generación que ha hecho de la paciencia un anti-valor. Todo lo queremos ver en forma inmediata. A todos ellos, quiero recordarles que Dios no se apresura en el cumplimiento de su propósito en cada uno de nosotros, él es un Dios paciente. El sigue apostándole a los procesos, a la formación pausada de su imágen en cada uno de nosotros. Si los directivos de Santafe, siguieran el ejemplo del Señor, seguramente las celebraciones no serían tan distantes. A propósito,... te imaginas la emoción de Zacarías y Elisabet. Yo ya puedo imaginarlo.

Un abrazo,
El pastor Angel.