sábado, 20 de junio de 2020

UN HOMENAJE A JUAN GREGORIO ENCINALES, MI PADRE

“Gracias Padre, por permitirme conocerte a través de mi padre”.


Tenía una sonrisa de comercial, pero no la usaba con mucha frecuencia. Mi padre fue un hombre seco, de pocas palabras y en muchos momentos inexpresivo. Irónicamente era un hombre con un gran sentido del humor. Un humor inteligente, un humor que invitaba a la reflexión, a veces hasta al sarcasmo. Parecía tener un dosificador verbal. No despilfarraba palabras, pero cuando hablaba, uno no podía hacer caso omiso a sus declaraciones, porque el tiempo siempre respaldó cada una de sus frases. Si no prestabas atención a alguna cosa que él pronunciaba, más tarde o más temprano, el eco de esa declaración, volvía a ser audible a tu oído.

Siempre me pregunté de dónde había sacado mi padre esa capacidad para ir un paso adelante en cada circunstancia y poderla ver antes de tiempo. De niño esto fue mi tortura. Si me escapaba, él sabía exactamente el lugar por donde iba a regresar, aunque tuviera muchas alternativas. Si tomaba algo sin autorización, él sabía exactamente dónde buscarlo, aunque me esforzaba por llevar mi creatividad al límite al esconderlo. Él podía con una frase anticiparse a lo que te iba a pasar si hacías esto, o aquello; y vaya si tenía razón… siempre.

Mi padre no fue un hombre apegado a lo material. Nunca se concentró en comprar una casa, un apartamento, una finca o un carro; su preocupación siempre estuvo en el hogar. Fue un hombre excesivamente generoso. Una generosidad que en muchos casos, solo el cielo presenció. Nunca hizo alarde de sus acciones. Con el paso de los años, he conocido decenas de historias de personas y familias que él ayudó, pero que nunca supimos. Igual hizo con nosotros, los hijos. En varias ocasiones fuimos objeto de su generosidad y los demás no se enteraron. El tiempo ha venido revelando esas lindas historias de un hombre que expresó desde el anonimato, esta marca característica del carácter de Dios.

Ocupó todos los cargos directivos y honoríficos que la misión para la que trabajó toda su vida, tiene; pero nunca le gustaron los reconocimientos. Y no era una falsa modestia, de verdad fue así. Nunca buscó que lo eligieran, que lo promoviera, que le reconocieran, pero Dios, que conocía su corazón, le plació ubicarlo en lugares como esos, cuando Él quiso. Alguien podía acusarlo de falta de ambición o de visión, pero fue fiel a sus convicciones de vida. Cuando cumplía su periodo se iba, nunca se aferró a poder, ni sacó ventaja de su posición.

Mi padre me dio mucho de lo que él nunca tuvo. El creció en un contexto de pobreza extrema. No tuvo la posibilidad de estudiar, y fue criado exclusivamente por su madre, la abuela Lucila. No disfrutó de la figura paterna durante su formación. Él se preocupó por darnos a mí y a mis hermanos, todo lo que necesitábamos y un poco más. Nos animó y patrocinó nuestros estudios hasta donde quisimos aprovechar y nos acompañó siempre durante nuestro crecimiento y formación. Estuvo ahí para nosotros siempre y aunque no fue un ser humano perfecto (solo uno lo fue), hizo por nosotros sus hijos, lo más importante que un padre puede hacer… todos pudimos conocer a Dios por medio de él y sobre todo en él. Por eso puedo decir si apartarme de la verdad ni un ápice, que mi padre me dio lo que él nunca tuvo, pero sobre todo, me dio lo más valioso que él recibió, la vida de Cristo.

Hace un momento mencioné que mi padre siempre estuvo ahí. Corrijo, siempre ha estado ahí. Cuando pienso en él, puedo entender con claridad ese hermoso texto en Apocalipsis 14.13: “Bienaventurados de aquí en adelante los muertos que mueren en el Señor. Sí, dice el Espíritu, descansarán de sus trabajos, porque sus obras con ellos siguen”. En su caso, no solo sus obras, sino también sus palabras, su consejo, su sabiduría. Sigue descansando papá, porque tu trabajo no se ha detenido ni por un instante.


Mis hijos no disfrutaron el privilegio de conocerlo más de cerca. No podrán hacerlo a través de mí, porque aunque he querido imitarlo en muchas cosas, debo reconocer con cierta frustración que este hombre dejó el listón (la vara) puesto a una altura difícil de alcanzar. Pero mi esfuerzo hoy, es que ellos, mis hijos, puedan reconocer en mí, al Padre que yo puede reconocer en él, el Padre celestial. Gracias Padre, por el padre que me diste. Gracias papá, por siempre estar ahí. Tus consejos y tu ejemplo no los silenció la muerte y hoy suenan con más fuerza. Parece que el tiempo te ha hecho más elocuente. Un beso, hasta siempre “Don Lincy”. Con amor y gratitud eterna, tu hijo Angel.