Hace 12 años prediqué en la
concregación que pastoreo, un sermón que titulé. “El arte de esperar”. Era una
reflexión sobre la experiencia de Zacarías y Elisabet su esposa, y su deseo
aplazado por tener un hijo. En la reflexión quería resaltar el valor de una
virtud que Dios nos manda a cultivar, máxime cuando la Escritura la presenta
como una expresión del fruto de Espíritu. Les estoy hablando de la paciencia. A
este par de ancianos, que por años esperaron la repuesta a su oración, Dios se
les revela premiando su fidelidad, su paciencia y recalcando que él tiene
memoria de nuestras más íntimas peticiones.
Menciono los años que hace
que predique este sermón, no haciendo alarde de mi memoria, sino porque nunca
olvidaré la ilustración que usé durante la introducción a mi exposición, En esa
ocasión decía que había un grupo especial de la población Colombiana que había
desarrollado la virtud de esperar; los hichas del Santafe (Equipo de futbol,
con sede en Bogotá); grupo del que orgullosamente hago parte.
Mencioné en ese entonces que
llevábamos 25 años esperando ser campeones. Hoy 12 años después, 37 por todos,
hemos visto el cumplimiento de la ilustración de aquel sermón. El pasado
domingo 15 de Julio de 2012, a las 6:00 PM, había una exitación especial en
casa. Mi esposa había preparado pasabocas y todos estabamos invadidos por
ansiedad. La espera estaba a solo unos minutos de terminar, y mi pecho no podía
disimular la emoción. El partido comenzó y la tensión se multiplicó. El primer
periodo se consumió y todavía nada estaba definido, la espera se prolongaba 45
minutos más y la paciencia parecía decidida a huir. Los pasabocas eran
devorados a prisa y mis dedos índices ya no aguantaban más (tengo el vicio de
morder los dedos índices cuando estoy muy ansioso o tensionado).
De pronto, el cobro
impecable de una falta, el balón realizó el surco parabólico y entre el
ramillete de jugadores que poblaban el área salió Copete y en forma incómoda
cabeceó el balón y este, para aumentar el drama, avanzó con suspenso y por fin
ingresó a la portería rival. El corazón estaba a punto de explotar y el abrazo
solidario de mi esposa y mis hijos disimularon las lágrimas que corrían por mis
mejillas. De ahí en adelante el drama fue otro. El tiempo hasta el pitazo final
fue eterno; una vez más esperar. El equipo dilapidaba oportunidades de
confirmar el triunfo y el temor rondaba amenazante en mi cabeza. Cuando el
cronómetro arribó al minuto 47 el arbitro tomó el balón con sus manos y decretó
el final del partido. Santafe, mi santefecito lindo era campeón.
Mis manos estrecharon mi
rostro con violencia, los brazos de mi esposa y mis hijos se extendieron para
felicitarme y de pronto, sin poder controlarlo, irrumpí en llanto, como un
niño. Esa mezcla de alegría y satisfacción, contenida por 37 años. Qué
emocionante es recibir lo que hemos esperado por mucho tiempo. Desde el
nacimiento de mis tres hijos (y la menor tiene 14 años) no vivía una emoción
tan grande.
Esta es una generación que
ha hecho de la paciencia un anti-valor. Todo lo queremos ver en forma inmediata.
A todos ellos, quiero recordarles que Dios no se apresura en el cumplimiento de
su propósito en cada uno de nosotros, él es un Dios paciente. El sigue
apostándole a los procesos, a la formación pausada de su imágen en cada uno de
nosotros. Si los directivos de Santafe, siguieran el ejemplo del Señor,
seguramente las celebraciones no serían tan distantes. A propósito,... te
imaginas la emoción de Zacarías y Elisabet. Yo ya puedo imaginarlo.
Un abrazo,
El pastor Angel.