En el sencillo relato de Mateo capítulo uno, sobre el nacimiento de Jesús, vemos cómo interactúan los protagonistas del más misterioso drama que haya presenciado la humanidad, el momento histórico en que Dios decidió incursionar, como uno de nosotros, en medio de los seres humanos. La deidad, con todo su poder y suficiencia, se encapsulaba en el frágil cuerpo de un bebé. Ha sido imposible para la teología explicar este suceso, porque la sola idea de imaginarlo nos coloca frente a la eterna distancia que hay entre la deidad y la humanidad.
Esta pareja de jóvenes judíos están comprometidos en matrimonio, con todos sus sueños y proyectos a cuestas. De pronto y sin mucho adorno, el escritor sagrado registra que “se halló que había concebido…” María, su chica, la mujer de sus sueños, está embarazada y él no es el padre. Antes de cobrar la ofensa que esto representa para su orgullo de macho, José decide irse. La sociedad de su época le achacaría a él, el abandono de su prometida en estado de gestación. De ahí en adelante, quedaría marcado y con una codena sobre sus hombros. Con esta acción pasaba de ser víctima a convertirse en victimario. Era eso, o someter a su amada al castigo que por ley debía recaer sobre ella, la muerte.
¿Qué impidió que José lo hiciera? Sencillo, que antes de actuar, pensó. “Pensado él en esto…” (v.20). Si solamente incorporáramos a nuestro estilo de vida, esta lección que nos regala José… pensar antes de actuar. Este sencillo principio nos evitaría muchos dolores de cabeza, pero también nos impedía ser prontos para juzgar. José renunció a juzgar y prefirió “pensar” en otras opciones, entre ellas huir. El apóstol Pablo nos advierte que este es el modelo del niño; el que primero habla, luego piensa y finalmente termina juzgando. “Cuando yo era niño, hablaba como niño, pensaba como niño, juzgaba como niño; mas cuando ya fui hombre, dejé lo que era de niño” (1ª Corintios 13:11). José actuó como hombre.
Ese tiempo reservado para la reflexión, le permitió a José encontrarse con la revelación. Nuestro pensamiento es algo que celosamente debemos guardar, por tanto el llamado del Señor es a renovarnos en el espíritu de nuestra mente (Efesios 4:23). La pureza del corazón de José y el recio debate interior entre lo correcto y lo justo, fueron interrumpidos por un ángel de parte del Señor. La revelación viene para darle la respuesta, para guiarle en una correcta decisión, para evitar que este noble hombre avanzara en una dirección equivocada, pero sobre todo para posicionar su vida en el centro del propósito de Dios.
Ese mensaje celestial, resultaba extraño, difícil de creer, al margen de cualquier consideración lógica, pero José, no solo lo creyó, sino que también lo aceptó y se sujetó a dicha comunicación. ¿Por qué? Esta revelación tenía una marca que brilla por su ausencia en todos los rimbombantes mensajes que hoy llenan nuestros púlpitos y navegan por todos los canales de comunicación existentes. Exposiciones llenas de carisma, con expresiones que a la gente le fascina escuchar, que traen motivación y elevan la autoestima, que arrancan gritos de júbilo y explosiones de éxtasis. Pero que no nacen en las entrañas de las Sagradas Escrituras. Por absurdo que sonaba aquel anuncio, José lo recibe, sencillamente porque esta revelación tenía la impronta imborrable de registro profético.
Quizás en su humanidad aquel hombre hubiera querido escuchar otra cosa, quizás hubiera preferido un mensaje que estimulara su hombría, pero la revelación no acudió a su reflexión para anunciarle lo que él quería oír, sino para ubicarlo en el centro del propósito de Dios, aunque dicho mensaje no sonara para nada gratificante.
En torno a esta sencilla reflexión quiero “anunciarte” el saludo de la navidad. Que la celebración de estos días de fiesta nos permitan abrir espacio para la reflexión. Ese ejercicio productivo de nuestros pensamientos que los conectan con la revelación. Una reflexión que nos lleve a actuar con cautela, nos libre de la tentación de juzgar y nos permita escuchar los mensajes que vienen de lo alto.
Pero que esta sea también la oportunidad para sujetarnos, con total humildad, a la soberanía del texto revelado, aunque su contenido no traiga consigo, lo que queremos escuchar, siempre traerá lo que debemos oír, pero sobre todo, siempre vendrá para ubicarnos en el centro de su propósito.
Que el desconcertante mensaje que transformó la vida de José, siga haciendo lo mismo en el corazón de todos aquellos que día a día nos acercamos a él buscando la hermosa presencia que lo inspiró.
Una Feliz Navidad, con todo cariño,
El Pastor Angel.
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